LA CLASE OBRERA EN AMÉRICA LATINA. El proletariado y sus luchas políticas y sociales.
NUESTRA AMERICA:
LA CLASE OBRERA EN AMÉRICA LATINA. El proletariado y sus luchas políticas y sociales.
Por Nicolás Iñigo Carrera.
América Latina constituye una unidad. Entre los rasgos comunes que permiten sostener esta afirmación, herencia de su pasado colonial, son evidentes características culturales como el idioma. Esto no quita que existan especificidades en cada uno de los países y regiones de América Latina1.
Si la expansión del colonialismo español y portugués desde el siglo XVI conformaron esa unidad de lo diverso, el desarrollo del capitalismo en el siglo XX dio como resultado otro rasgo: el predominio de las relaciones salariales (abiertas o encubiertas) en todas las sociedades latinoamericanas y una común pertenencia actual (excepto Cuba y Venezuela, con fuertes diferencias, y sin que esto signifique pasividad en el resto de los países), a la cadena de países subordinados a Estados Unidos de América.
Existe en América Latina una importante clase obrera, entendida en el sentido clásico del concepto: ese conjunto humano que, tomando conciencia de su situación de expropiado de sus condiciones materiales de existencia que sólo puede obtener sus medios de vida bajo la forma del salario (obtenga o no ese salario), lucha por lograr esos medios de vida en las mejores condiciones posibles (interés del asalariado) y/o por cambiar de raíz su condición de desposeído (interés del expropiado).
Durante las décadas de 1930 y 1940 el proceso de industrialización generó en casi todas las sociedades latinoamericanas luchas y organizaciones de los obreros. Pero mucho antes, al menos desde antes del comienzo del siglo XX, existía una clase obrera y un movimiento obrero que participaba en las luchas políticas nacionales en países como Argentina, Uruguay, Chile, México, Cuba y Brasil.
Finalizadas las guerras de la primera independencia y la sucesión de guerras civiles, hasta alrededor de 1870, se fueron conformando los diferentes estados naciones latinoamericanos, formalmente independientes pero subordinados económica y políticamente principalmente a Inglaterra, primero, y, mas tarde, bajo la égida de Estados Unidos.
La conquista de América Latina, desde el siglo XV, es decir, su incorporación al mercado mundial en formación, constituyó uno de los pilares de la llamada "acumulación originaria" del capital en Europa, gracias a la apropiación del oro y la plata americanos, que potenció el desarrollo capitalista. En este sentido, desde ese momento, América Latina formó parte del mundo capitalista, y las relaciones de producción capitalistas (cuya manifestación más evidente son las relaciones salariales) comenzaron a extenderse, por varios siglos combinadas con otras relaciones productivas como las de esclavitud, servidumbre, patriarcales y de la pequeña producción mercantil.
Pero si nos vamos a referir a la moderna clase obrera debemos partir del desarrollo capitalista en la producción industrial. En esta perspectiva la historia de la clase obrera (y el desarrollo capitalista latinoamericano) puede dividirse en tres períodos. Aclararemos que, como en toda periodización, las fechas señaladas no implican cortes abruptos y que tienen variaciones según los países, las ramas productivas y los capitales involucrados.
Génesis y formación de la clase obrera
Hasta 1930, América Latina estuvo ligada a la demanda europea, como exportadora de materias primas y alimentos e importadora de productos de la industria. Las producciones primarias, que reunían a grandes cantidades de trabajadores, o bien pertenecían al capital extranjero o bien a grandes propietarios locales, articulados directa o indirectamente a él. La existencia de estas actividades, generó un mercado que expandió la producción artesanal o industrial de alimentos y otros medios de vida, en mayor medida en algunos países, casi inexistente en otros. Aunque relaciones serviles, esclavistas o patriarcales pudieron persistir en mayor o menor medida en algunas regiones, lo hicieron generalmente estrechamente ligadas y subordinadas a las relaciones capitalistas.
En ese contexto surgió la clase obrera. Aunque hubo intelectuales que adhirieron al socialismo utópico, poca relación tuvieron con los movimientos populares. Recién en la década de 1870 la llegada de socialistas alemanes y franceses perseguidos por Bismark y la derrota de la Comuna de París, dio lugar a pequeños grupos vinculados con la Asociación Internacional de Trabajadores, que sólo tuvieron cierta permanencia en Argentina, México y Uruguay.
La actividad política de los trabajadores como tales era muy escasa, y todavía nos son casi desconocidas las primeras espontáneas manifestaciones de su lucha económica. La primera huelga registrada se produjo en Río de Janeiro (Brasil) en 1858, hubo protestas de mineros en México, una huelga de los cigarreros en Cuba en 1866 y otra de tipógrafos en Buenos Aires en 1878. A partir de la década de 1880, con las inversiones de capital principalmente en minería, ferrocarriles, frigoríficos y puertos se desarrolló el movimiento huelguístico con diferentes pesos según los países. Las relaciones capitalistas en la producción se expandieron más en Argentina, Uruguay, México y Cuba. En el resto la producción era casi exclusivamente artesanal, en un mundo campesino. Los primeros sindicatos nacieron entre los obreros artesanos (panaderos, cigarreros, carreros, a lbañiles, herreros y tipógrafos) pero también entre los de industria: los ferroviarios.
Claramente el desarrollo del movimiento obrero tuvo más que ver con la expansión de las relaciones capitalistas que con el origen nacional de los trabajadores: hubo movimiento obrero en países donde los gobiernos fomentaron la inmigración europea (Argentina, Uruguay, Cuba), y donde el capitalismo se expandió sobre la población nativa indígena (México, Bolivia) o criolla (Chile).
En la década de 1890 surgieron partidos Socialistas y Sociedades de Resistencia anarquistas. En Argentina se manifestó el 1° de Mayo de 1890, simultáneamente con la primera celebración en el mundo y hubo huelgas desde la década de 1880. En Chile en 1890 se realizó la primera huelga general, que comenzó en las salitreras del norte, recibió el apoyo de ferroviarios y portuarios, y se extendió a Antofagasta, Valparaíso, Santiago, Concepción, Lota y Coronel, después de la intervención del ejército contra los huelguistas.
Pero es en la siguiente década cuando la huelga general, frecuentemente con lucha callejera contra la policía, se constituye en el instrumento habitual en las luchas reivindicativas y políticas. Las hubo en Argentina (Buenos Aires, Rosario, Tucumán, Bahía Blanca) entre otras en 1902, 1904 y la "Semana Roja" de 1909; en Santiago de Chile ("Semana Roja" de 1905); en Cuba, donde los obreros tuvieron un papel importante en la lucha por la independencia, hubo huelgas en ingenios, plantaciones, ferrocarriles y puertos. El movimiento huelguístico tuvo su apogeo, acompañando el auge mundial de las luchas obreras y populares, en la segunda mitad de la década siguiente: en ciudad de México (1915 y 1918), en Chile (1918), en Sao Paulo (1919), en Montevideo (1919) y en Argentina las grandes huelgas de portuarios (1916) y ferroviarios (1917), la "Semana Trágica" (1919)2 y las huelgas de p eones patagónicos (1921).
En la primera década del siglo se formaron las centrales sindicales: en Argentina la FOA (después FORA) (1901) y la UGT (1902) (con continuidad hasta la actualidad, aunque con diferentes nombres y orientaciones político-ideológicas), la Federación Obrera de Chile (1909). En Brasil, en cambio, no hubo una verdadera central sindical hasta después de la década de 1930 porque la producción se hacía en pequeños talleres y el movimiento obrero se organizaba regionalmente. Sin que hubiera centrales sindicales de envergadura, hacia 1910 había Sociedades de Resistencia en Perú, Colombia, Costa Rica, Ecuador y Bolivia.
En la segunda década del siglo se forman sindicatos de afiliación masiva, como los ferroviarios, marítimos y otros en Argentina y Chile. El crecimiento del movimiento obrero obligó a su reconocimiento gubernamental en Argentina (FORA IX) y Uruguay (FORU), con la legalización de reivindicaciones obreras y una fuerte interlocución, no exenta de conflictos, con los gobiernos. Comenzó así el proceso de vinculación de la organización sindical con el aparato estatal y los partidos de gobierno. En México, donde la revolución desarrollada desde 1910 tuvo un predominio campesino, se estableció en 1917 el derecho constitucional de huelga y de sindicalización. La Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) (que tuvo dos millones de afiliados) apoyó a los presidentes Obregón y Calles, y quedó fuertemente ligada a los sucesivos gobiernos, hasta su desaparici&oa cute;n en los años 30.
La otra vía de vinculación con el sistema institucional fueron los partidos socialistas y comunistas.
Formación
La crisis capitalista mundial de los 30, dio inicio al proceso llamado de "sustitución de importaciones", en que se desarrolló una industria de medios de consumo y el mercado interno, con capitales nacionales, estatales o privados, más o menos asociados a capitales extranjeros más concentrados, con el consiguiente crecimiento del número de trabajadores, aunque la producción de materias primas y alimentos para exportación siguió siendo una actividad importante. Sobre el final del período, a fines de la década de 1950, hubo nuevas inversiones y un nuevo impulso al desarrollo industrial. El desarrollo del capitalismo en extensión reforzó la tendencia del movimiento de atracción de población desde la agricultura hacia la industria y desde el campo hacia la ciudad, acompañado por un proceso de creciente ciudadan ización. Pero en países como México, todavía en 1960, el 60% de la población era rural.
En este período se da la organización de grandes sindicatos por rama de industria e importantes centrales sindicales, con el consiguiente proceso de profesionalización y burocratización. La tendencia dominante fue la incorporación al sistema institucional político, vía la organización sindical y los partidos políticos. Esto llevó a una fuerte vinculación con el aparato estatal y los gobiernos, de los cuales comenzaron a formar parte sectores obreros (a veces mayoritarios). En México, a partir de la relación entre la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y el cardenismo, y la institucionalización de la revolución. En Chile, a través de los partidos Socialista y Comunista a partir del Frente Popular en 1938 y, en el gobierno de Salvador Allende en 1970, también con la Central Única de Trabajadores (CUT). En Argentina con la formac ión de la Confederación General del Trabajo (CGT) dirigida primero por sindicalistas, socialistas y comunistas, y, plenamente realizada con el peronismo. En Brasil, con el varguismo (y su cambiante relación con los comunistas).
Este proceso fue diferente según el grado de desarrollo previo del movimiento obrero. Y también sus desenlaces. La tendencia a una profesionalización y burocratización de la organización sindical se mantuvo. Pero también la continuidad de la lucha de los obreros, durante las experiencias de vinculación gubernamental y, más aún, cuando las alianzas políticas de las que formaban parte fueron desalojadas del gobierno.
Este proceso fue diferente en Cuba, donde con el triunfo de la Revolución, la clase obrera (y el pueblo) constituye otra sociedad y otro estado.
Nuevas condiciones
A mediados de los años 1950 comenzó un nuevo momento del desarrollo capitalista en América Latina que se hizo evidente a mediados de los 70, con la ofensiva capitalista mundial, encabezada por la oligarquía financiera. El capitalismo pasó a desarrollarse en profundidad. Capitales más grandes y más concentrados (estatales y/o transnacionales) controlan las ramas de producción más importantes, desde los automóviles hasta el petróleo. El número de trabajadores siguió aumentando, pero el desarrollo de la gran industria y, desde mediados de los 70 las políticas aperturistas, llevaron a una disminución de las empresas de capital menos concentrado, con el consiguiente aumento de la población sobrante para el capital, cuya manifestación más evidente es el crecimiento de la desocupación.
Este proceso tuvo como condición limitar el poder de los obreros organizados sindical y políticamente, y del pueblo en general. El uso de la fuerza armada desde los 50 (golpes militares en Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia, etcétera) para imponer las nuevas condiciones y la resistencia de los pueblos a lo largo de las décadas de los 60 y 70, marcaron la situación de la clase obrera (prohibición de huelgas, intervención o disolución de centrales sindicales como la CGT en Argentina, la CGTB en Brasil, la CNT en Uruguay o la CUT en Chile). La imposición se realizó de forma abierta (las llamadas "dictaduras militares") o encubierta, previa derrota de las fuerzas populares en las que se expresaba el momento ascendente de los 60 y comienzos de los 70. Pero la resistencia dio lugar también al surgimiento de nuevas organizaciones políticas con pe so obrero, como el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil.
Sin embargo, los asalariados mantienen un peso fundamental en América Latina, donde casi dos tercios de la población no agrícola se encuentra claramente involucrada en relaciones salariales3, y un quinto de ella inserta en "Industria, minería, gas electricidad y agua", constituye el clásico proletariado industrial4.
El rasgo propio de este período es el crecimiento de la población urbana pobre, superpoblación relativa para el capital, que en buena medida es también parte de la clase obrera. Esa tendencia "natural" del capitalismo, reforzada en la última década por la aplicación de las políticas liberales, se ve en la evolución de la desocupación abierta urbana: creció de 8,1% en 1990 a 11,3 en 2002.
Sin embargo, los obreros ocupados y sus organizaciones mantienen su importancia en las luchas políticas y sociales, como se ha visto en Argentina y, más recientemente, en Bolivia, lo mismo que con el triunfo electoral del PT en Brasil.
También se han hecho presentes los trabajadores desocupados, particularmente en Argentina. De la inteligencia entre estas dos grandes partes de la clase obrera (activos y desocupados) en conjunto con los pobres y otras fracciones sociales oprimidas y explotadas reside el futuro de América Latina.
LA CLASE OBRERA EN AMÉRICA LATINA. El proletariado y sus luchas políticas y sociales.
Por Nicolás Iñigo Carrera.
América Latina constituye una unidad. Entre los rasgos comunes que permiten sostener esta afirmación, herencia de su pasado colonial, son evidentes características culturales como el idioma. Esto no quita que existan especificidades en cada uno de los países y regiones de América Latina1.
Si la expansión del colonialismo español y portugués desde el siglo XVI conformaron esa unidad de lo diverso, el desarrollo del capitalismo en el siglo XX dio como resultado otro rasgo: el predominio de las relaciones salariales (abiertas o encubiertas) en todas las sociedades latinoamericanas y una común pertenencia actual (excepto Cuba y Venezuela, con fuertes diferencias, y sin que esto signifique pasividad en el resto de los países), a la cadena de países subordinados a Estados Unidos de América.
Existe en América Latina una importante clase obrera, entendida en el sentido clásico del concepto: ese conjunto humano que, tomando conciencia de su situación de expropiado de sus condiciones materiales de existencia que sólo puede obtener sus medios de vida bajo la forma del salario (obtenga o no ese salario), lucha por lograr esos medios de vida en las mejores condiciones posibles (interés del asalariado) y/o por cambiar de raíz su condición de desposeído (interés del expropiado).
Durante las décadas de 1930 y 1940 el proceso de industrialización generó en casi todas las sociedades latinoamericanas luchas y organizaciones de los obreros. Pero mucho antes, al menos desde antes del comienzo del siglo XX, existía una clase obrera y un movimiento obrero que participaba en las luchas políticas nacionales en países como Argentina, Uruguay, Chile, México, Cuba y Brasil.
Finalizadas las guerras de la primera independencia y la sucesión de guerras civiles, hasta alrededor de 1870, se fueron conformando los diferentes estados naciones latinoamericanos, formalmente independientes pero subordinados económica y políticamente principalmente a Inglaterra, primero, y, mas tarde, bajo la égida de Estados Unidos.
La conquista de América Latina, desde el siglo XV, es decir, su incorporación al mercado mundial en formación, constituyó uno de los pilares de la llamada "acumulación originaria" del capital en Europa, gracias a la apropiación del oro y la plata americanos, que potenció el desarrollo capitalista. En este sentido, desde ese momento, América Latina formó parte del mundo capitalista, y las relaciones de producción capitalistas (cuya manifestación más evidente son las relaciones salariales) comenzaron a extenderse, por varios siglos combinadas con otras relaciones productivas como las de esclavitud, servidumbre, patriarcales y de la pequeña producción mercantil.
Pero si nos vamos a referir a la moderna clase obrera debemos partir del desarrollo capitalista en la producción industrial. En esta perspectiva la historia de la clase obrera (y el desarrollo capitalista latinoamericano) puede dividirse en tres períodos. Aclararemos que, como en toda periodización, las fechas señaladas no implican cortes abruptos y que tienen variaciones según los países, las ramas productivas y los capitales involucrados.
Génesis y formación de la clase obrera
Hasta 1930, América Latina estuvo ligada a la demanda europea, como exportadora de materias primas y alimentos e importadora de productos de la industria. Las producciones primarias, que reunían a grandes cantidades de trabajadores, o bien pertenecían al capital extranjero o bien a grandes propietarios locales, articulados directa o indirectamente a él. La existencia de estas actividades, generó un mercado que expandió la producción artesanal o industrial de alimentos y otros medios de vida, en mayor medida en algunos países, casi inexistente en otros. Aunque relaciones serviles, esclavistas o patriarcales pudieron persistir en mayor o menor medida en algunas regiones, lo hicieron generalmente estrechamente ligadas y subordinadas a las relaciones capitalistas.
En ese contexto surgió la clase obrera. Aunque hubo intelectuales que adhirieron al socialismo utópico, poca relación tuvieron con los movimientos populares. Recién en la década de 1870 la llegada de socialistas alemanes y franceses perseguidos por Bismark y la derrota de la Comuna de París, dio lugar a pequeños grupos vinculados con la Asociación Internacional de Trabajadores, que sólo tuvieron cierta permanencia en Argentina, México y Uruguay.
La actividad política de los trabajadores como tales era muy escasa, y todavía nos son casi desconocidas las primeras espontáneas manifestaciones de su lucha económica. La primera huelga registrada se produjo en Río de Janeiro (Brasil) en 1858, hubo protestas de mineros en México, una huelga de los cigarreros en Cuba en 1866 y otra de tipógrafos en Buenos Aires en 1878. A partir de la década de 1880, con las inversiones de capital principalmente en minería, ferrocarriles, frigoríficos y puertos se desarrolló el movimiento huelguístico con diferentes pesos según los países. Las relaciones capitalistas en la producción se expandieron más en Argentina, Uruguay, México y Cuba. En el resto la producción era casi exclusivamente artesanal, en un mundo campesino. Los primeros sindicatos nacieron entre los obreros artesanos (panaderos, cigarreros, carreros, a lbañiles, herreros y tipógrafos) pero también entre los de industria: los ferroviarios.
Claramente el desarrollo del movimiento obrero tuvo más que ver con la expansión de las relaciones capitalistas que con el origen nacional de los trabajadores: hubo movimiento obrero en países donde los gobiernos fomentaron la inmigración europea (Argentina, Uruguay, Cuba), y donde el capitalismo se expandió sobre la población nativa indígena (México, Bolivia) o criolla (Chile).
En la década de 1890 surgieron partidos Socialistas y Sociedades de Resistencia anarquistas. En Argentina se manifestó el 1° de Mayo de 1890, simultáneamente con la primera celebración en el mundo y hubo huelgas desde la década de 1880. En Chile en 1890 se realizó la primera huelga general, que comenzó en las salitreras del norte, recibió el apoyo de ferroviarios y portuarios, y se extendió a Antofagasta, Valparaíso, Santiago, Concepción, Lota y Coronel, después de la intervención del ejército contra los huelguistas.
Pero es en la siguiente década cuando la huelga general, frecuentemente con lucha callejera contra la policía, se constituye en el instrumento habitual en las luchas reivindicativas y políticas. Las hubo en Argentina (Buenos Aires, Rosario, Tucumán, Bahía Blanca) entre otras en 1902, 1904 y la "Semana Roja" de 1909; en Santiago de Chile ("Semana Roja" de 1905); en Cuba, donde los obreros tuvieron un papel importante en la lucha por la independencia, hubo huelgas en ingenios, plantaciones, ferrocarriles y puertos. El movimiento huelguístico tuvo su apogeo, acompañando el auge mundial de las luchas obreras y populares, en la segunda mitad de la década siguiente: en ciudad de México (1915 y 1918), en Chile (1918), en Sao Paulo (1919), en Montevideo (1919) y en Argentina las grandes huelgas de portuarios (1916) y ferroviarios (1917), la "Semana Trágica" (1919)2 y las huelgas de p eones patagónicos (1921).
En la primera década del siglo se formaron las centrales sindicales: en Argentina la FOA (después FORA) (1901) y la UGT (1902) (con continuidad hasta la actualidad, aunque con diferentes nombres y orientaciones político-ideológicas), la Federación Obrera de Chile (1909). En Brasil, en cambio, no hubo una verdadera central sindical hasta después de la década de 1930 porque la producción se hacía en pequeños talleres y el movimiento obrero se organizaba regionalmente. Sin que hubiera centrales sindicales de envergadura, hacia 1910 había Sociedades de Resistencia en Perú, Colombia, Costa Rica, Ecuador y Bolivia.
En la segunda década del siglo se forman sindicatos de afiliación masiva, como los ferroviarios, marítimos y otros en Argentina y Chile. El crecimiento del movimiento obrero obligó a su reconocimiento gubernamental en Argentina (FORA IX) y Uruguay (FORU), con la legalización de reivindicaciones obreras y una fuerte interlocución, no exenta de conflictos, con los gobiernos. Comenzó así el proceso de vinculación de la organización sindical con el aparato estatal y los partidos de gobierno. En México, donde la revolución desarrollada desde 1910 tuvo un predominio campesino, se estableció en 1917 el derecho constitucional de huelga y de sindicalización. La Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) (que tuvo dos millones de afiliados) apoyó a los presidentes Obregón y Calles, y quedó fuertemente ligada a los sucesivos gobiernos, hasta su desaparici&oa cute;n en los años 30.
La otra vía de vinculación con el sistema institucional fueron los partidos socialistas y comunistas.
Formación
La crisis capitalista mundial de los 30, dio inicio al proceso llamado de "sustitución de importaciones", en que se desarrolló una industria de medios de consumo y el mercado interno, con capitales nacionales, estatales o privados, más o menos asociados a capitales extranjeros más concentrados, con el consiguiente crecimiento del número de trabajadores, aunque la producción de materias primas y alimentos para exportación siguió siendo una actividad importante. Sobre el final del período, a fines de la década de 1950, hubo nuevas inversiones y un nuevo impulso al desarrollo industrial. El desarrollo del capitalismo en extensión reforzó la tendencia del movimiento de atracción de población desde la agricultura hacia la industria y desde el campo hacia la ciudad, acompañado por un proceso de creciente ciudadan ización. Pero en países como México, todavía en 1960, el 60% de la población era rural.
En este período se da la organización de grandes sindicatos por rama de industria e importantes centrales sindicales, con el consiguiente proceso de profesionalización y burocratización. La tendencia dominante fue la incorporación al sistema institucional político, vía la organización sindical y los partidos políticos. Esto llevó a una fuerte vinculación con el aparato estatal y los gobiernos, de los cuales comenzaron a formar parte sectores obreros (a veces mayoritarios). En México, a partir de la relación entre la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y el cardenismo, y la institucionalización de la revolución. En Chile, a través de los partidos Socialista y Comunista a partir del Frente Popular en 1938 y, en el gobierno de Salvador Allende en 1970, también con la Central Única de Trabajadores (CUT). En Argentina con la formac ión de la Confederación General del Trabajo (CGT) dirigida primero por sindicalistas, socialistas y comunistas, y, plenamente realizada con el peronismo. En Brasil, con el varguismo (y su cambiante relación con los comunistas).
Este proceso fue diferente según el grado de desarrollo previo del movimiento obrero. Y también sus desenlaces. La tendencia a una profesionalización y burocratización de la organización sindical se mantuvo. Pero también la continuidad de la lucha de los obreros, durante las experiencias de vinculación gubernamental y, más aún, cuando las alianzas políticas de las que formaban parte fueron desalojadas del gobierno.
Este proceso fue diferente en Cuba, donde con el triunfo de la Revolución, la clase obrera (y el pueblo) constituye otra sociedad y otro estado.
Nuevas condiciones
A mediados de los años 1950 comenzó un nuevo momento del desarrollo capitalista en América Latina que se hizo evidente a mediados de los 70, con la ofensiva capitalista mundial, encabezada por la oligarquía financiera. El capitalismo pasó a desarrollarse en profundidad. Capitales más grandes y más concentrados (estatales y/o transnacionales) controlan las ramas de producción más importantes, desde los automóviles hasta el petróleo. El número de trabajadores siguió aumentando, pero el desarrollo de la gran industria y, desde mediados de los 70 las políticas aperturistas, llevaron a una disminución de las empresas de capital menos concentrado, con el consiguiente aumento de la población sobrante para el capital, cuya manifestación más evidente es el crecimiento de la desocupación.
Este proceso tuvo como condición limitar el poder de los obreros organizados sindical y políticamente, y del pueblo en general. El uso de la fuerza armada desde los 50 (golpes militares en Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Bolivia, etcétera) para imponer las nuevas condiciones y la resistencia de los pueblos a lo largo de las décadas de los 60 y 70, marcaron la situación de la clase obrera (prohibición de huelgas, intervención o disolución de centrales sindicales como la CGT en Argentina, la CGTB en Brasil, la CNT en Uruguay o la CUT en Chile). La imposición se realizó de forma abierta (las llamadas "dictaduras militares") o encubierta, previa derrota de las fuerzas populares en las que se expresaba el momento ascendente de los 60 y comienzos de los 70. Pero la resistencia dio lugar también al surgimiento de nuevas organizaciones políticas con pe so obrero, como el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil.
Sin embargo, los asalariados mantienen un peso fundamental en América Latina, donde casi dos tercios de la población no agrícola se encuentra claramente involucrada en relaciones salariales3, y un quinto de ella inserta en "Industria, minería, gas electricidad y agua", constituye el clásico proletariado industrial4.
El rasgo propio de este período es el crecimiento de la población urbana pobre, superpoblación relativa para el capital, que en buena medida es también parte de la clase obrera. Esa tendencia "natural" del capitalismo, reforzada en la última década por la aplicación de las políticas liberales, se ve en la evolución de la desocupación abierta urbana: creció de 8,1% en 1990 a 11,3 en 2002.
Sin embargo, los obreros ocupados y sus organizaciones mantienen su importancia en las luchas políticas y sociales, como se ha visto en Argentina y, más recientemente, en Bolivia, lo mismo que con el triunfo electoral del PT en Brasil.
También se han hecho presentes los trabajadores desocupados, particularmente en Argentina. De la inteligencia entre estas dos grandes partes de la clase obrera (activos y desocupados) en conjunto con los pobres y otras fracciones sociales oprimidas y explotadas reside el futuro de América Latina.
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yulieth -