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Buenosdiasamerica

La noche con Chávez

Venezuela
21-08-2004

La noche con Chávez
Miguel Bonasso
Cubadebate

El 15 de agosto estuvimos esperando más de doce horas en el Palacio de
Miraflores,
pero valió la pena. Sobradamente. Un pequeño grupo compuesto por la diputada
Alicia Castro, la directora informativa de Canal 7, Ana de Skalon, el periodista
brasileño Bob Fernándes, el ensayista Luis Bilbao y el autor de esta nota.
Trasegamos
litros de jugo de papaya y café y a las 7 y media de la noche fuimos invitados
a cenar en un pequeño comedor de la Casa Militar, repleto de oficiales en traje
de combate. El premio llegó a la medianoche, cuando alguien gritó "ahí viene"
y apareció Hugo Chávez sonriente, con su camisa roja de campaña y su camiseta
blanca de soldado. Traía cara de "vamos ganando".
"Aquí vengo a rescatar a estos amigos que dejé olvidados", dijo con su habitual
campechanía y la charla siguió mientras caminábamos hacia uno de los salones
atravesando el patio principal del Palacio. Frente a las fuentes, en la noche
húmeda de Caracas que prenunciaba el aguacero, soltó su preocupación central:
las colas interminables, el estoicismo de los más humildes que aguantaron en
muchos casos más de doce horas. Confesó que había discutido con los integrantes
del Consejo Nacional Electoral para que se abrieran más centros de votación para
dar cabida a los dos millones de nuevos votantes. "Lo que ellos dicen –admitió–
es que hubiera sido un lío que todos quedaran correctamente registrados en ese
poco tiempo. En eso ellos tienen razón, pero, chico, no me gusta ver cómo está
sufriendo la gente."
Para esas horas quedaban aún 55 mil caraqueños sin votar y aún no había
sufragado
medio millón de venezolanos. Cuando nos aposentamos en un salón Segundo Imperio,
atiborrado de grandes óleos con personajes históricos que Chávez venera, como
Bolívar y Sucre, o considera "vendidos" como a Páez, compartió sus
preocupaciones
con nosotros con absoluta llaneza y confianza.
Disponía a esa hora (una de la madrugada) de números que ya prefiguraban la
victoria
aplastante: sobre un total escrutado del 35 por ciento, el No había conquistado
el 58 por ciento de los votos, contra el 42 del Sí opositor. La publicidad de
esos datos podía frenar posibles maniobras de la oposición que se atribuía la
victoria, pero el gobierno no quería violar la ley que las autoridades
electorales
habían establecido. Pensaba en ese instante, como Perón en otro momento
histórico,
que la mujer del César no sólo debía ser honesta sino parecerlo. Pero la
preocupación
no cesaba. Delante de nosotros llamó a varios ayudantes para saber cuántos
venezolanos
aún no habían votado y ordenó que enviaran agua, chocolate, café, galletitas
y colchonetas para aliviar a todos aquellos electores (especialmente los de las
barriadas más populares) que seguían firmes en las filas, consumando un extraño
milagro: el de la democracia participativa. Una verdadera revolución
democrática.
En Palacio ya estaba María, la hija de Chávez que en el golpe de abril logró
salvarle la vida a su padre. Y el nieto, Manuelito, en su coche de plástico
rojo,
con la calcomanía no menos roja del No.
Acompañamos luego al líder venezolano a esa Sala de Situación (con su gigantesca
mesa ovalada) desde la cual había seguido las peripecias de la histórica
jornada.
Allí estaba el vicepresidente José Vicente Rangel, elegante, irónico, con su
bigote blanco de explorador inglés. Y el ministro de Planificación y Desarrollo,
Jorge Giordani, ascético, bondadoso, inclaudicable. O el ministro de
Comunicación
e Información Jesse Chacón. Y otra cincuentena de hombres y mujeres del núcleo
más cercano a Chávez. Los jugados en todas las peripecias. Los leales. Los
representantes
de una nueva política que vino a sepultar al "cogollo" oligárquico de Acción
Democrática y el Copei, la vieja casta política de la Tercera República. La que
Chávez da por finada con el resultado de este referendo. Participamos, como si
fuéramos venezolanos, como si fuéramos de "la casa", del júbilo que estalló de
pronto, en lágrimas y abrazos. Hasta nos sentimos ligeramente incómodos de
participar
en esa intimidad del triunfo junto con sus reales artífices.
Luego vinieron horas de vigilia, pegados a los televisores que mostraban la
emisora
oficial, escoltada por los privados, beligerantes, activos, manifiestamente
desbordados
en lo que debe ser el papel de un medio. El Consejo Nacional Electoral no
acababa
de dar las cifras y se especulaba con lo que podía llegar a decir el secretario
saliente de la OEA, César Gaviria, quien finalmente se pronunció a favor de los
resultados preliminares. Como el otro veedor, el ex presidente norteamericano
Jimmy Carter, quien no sólo elogió la transparencia del proceso electoral
venezolano,
sino que en rueda de prensa llegó a compararlo ventajosamente con las
cuestionadas
elecciones que le dieron la presidencia a George W. Bush.
Cuando por fin se dieron las cifras preliminares hubo un segundo estallido de
júbilo y todos salimos de la Sala de Situación para fundirnos en abrazos con
otros visitantes. Afuera una multitud chavista lanzaba cohetes y cañitas
voladoras
esperando al líder. Que salió al balcón a las cinco y media de la madrugada.
Y pronunció un discurso generoso hacia las venezolanas y los venezolanos que
habían votado por el Sí.
Luego cayó un aguacero macóndico. Y quedamos todos mojados y felices.

Miguel Bonasso es Diputado por el Partido de la Revolución Democrática.

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