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El ridículo aumento que se discute para los pauperizados asalariados argentinos

El ridículo aumento que se discute para los pauperizados asalariados argentinos
en el momento en que el presidente venezolano Hugo Chávez festeja su
espectacular triunfo en el referéndum revocatorio, tiene con este último suceso
algo oculto en común que mueve a la reflexión.

Aquellos que tenemos unos cuantos años sobre las espaldas, podemos reconocer
fácilmente la crispada carga de ira y de venganza que envenena el discurso de la
oposición venezolana. Es el mismo odio de clase que impregnaba, hace más de
cuarenta años, la bronca emponzoñada de los gorilas más recalcitrantes. Es el
rostro desfigurado del antiperonismo cerril. Las absurdas y hasta
contradictorias imputaciones que lanzan sobre Chávez, acusándolo de fascista y
comunista, de demagogo y autoritario, de amarrete y despilfarrador, se parecen
como una gota de agua a otra a las pintorescas acusaciones que escupían sobre
Perón a fin de demonizarlo. Asimismo, lo ocurrido con nuestro pobre país a
partir de 1955 es una muestra del aciago destino que espera a Venezuela si tales
energúmenos logran apoderarse de la administración del Estado. La incorporación
argentina al FMI fue la señal de arranque del cercenamiento del poder
adquisitivo de los asalariados a la tercera o cuarta parte, el desmantelamiento
del estado de bienestar mas generoso existente en América latina, la
multiplicación por diez de la tasa de desocupación, el saqueo de las arcas
estatales, la destrucción de la salud y la educación públicas y la caída de una
sustancial parte de la población argentina en la mas abyecta indigencia. Para
lograrlo, como se sabe, no vacilaron en destruir las instituciones democráticas,
pisotear los derechos populares y bañar con la sangre de decenas de miles de
compatriotas las calles de las ciudades de la patria.

De producirse el cataclismo de la victoria de los antichavistas, la empresa
petrolera estatal de Venezuela, orgullo de su país, caería en las garras de las
multinacionales y los depredadores, como pasó con YPF. En lugar de financiar,
como ahora, centenares de miles de planes sociales, la salud y la alfabetización
de niños y adultos, sus beneficios serían girados a los países centrales. Hasta
la institución misma del referéndum revocatorio, que los aventureros intentaron
emplear como dispositivo de barrido contra el presidente Chávez, sería de
inmediato eliminada de la Constitución de acuerdo a los planes hechos públicos
por la oposición venezolana. Las tropelías de todo tipo que intentaron poner en
práctica durante el breve lapso del golpe del 2002, ahorran describir sus
intenciones.

Debemos celebrar pues que el país hermano estalle hoy con el júbilo de haber
derrotado a semejantes canallas. Su victoria es nuestra victoria, sus esperanzas
son nuestras esperanzas. Es también magnífico que el gobierno del presidente
Kirchner haya apoyado los esfuerzos del chavismo antes del referéndum, y
felicitado de inmediato al mandatario venezolano inmediatamente después.

Sin embargo cabe preguntarse si tanta alegría de parte del oficialismo argentino
condice con lo que el actual gobierno hace de puertas adentro. Esto es, ¿y por
casa como andamos? Lamentablemente, andamos más mal que bien.

El promedio de todos los salarios argentinos está por debajo de la canasta
básica. Casi dos tercios de los asalariados revistan en alguna forma irregular
de contratación. La mayor parte de los llamados cuentapropistas carecen de
capital constante, esto es, son simplemente changarines en negro. Ninguna de
las leyes protectoras de los trabajadores que fueron derogadas durante la
dictadura y el menemismo han sido repuestas. Semejante “ejército industrial de
reserva” ata de pies y manos a los trabajadores en cualquier negociación con la
patronal. Por lo tanto, el llamado a paritarias, con la prescindencia del
Estado, arrastra a los trabajadores a una derrota segura. Encima de la extrema
debilidad generada por la desocupación que aqueja a casi el veinte por ciento,
hay que resignarse a que las negociaciones sean encabezadas por burócratas
sindicales mafiosos y corruptos, eternizados en sus sillones por la vía del
matonismo y el fraude, como Barrionuevo, Daer y Cìa. Moyano, Rueda y demás (a
pesar de llenarse la boca con declaraciones favorables a Chávez y loas a Evita y
el Che) tampoco son trigo limpio. Con semejantes dirigentes, en semejante
contexto, el futuro de los asalariados argentinos se visualiza bastante negro.

Y demos gracias que el Estado dé un paso al costado, porque desde el Ministerio
de Economía más bien hay voluntad de patear a favor del otro equipo. Lavagna y
Fernández se preocupan por el efecto inflacionario que podrían desencadenar los
roñosos cincuenta pesos en la recomposición del salario mínimo. Los estatales,
centenares de miles, no reciben un aumento en serio desde hace once años, y el
poder adquisitivo de sus sueldos es menos de la mitad que en 1993. La estructura
impositiva es la peor del mundo, basándose en los impuestos indirectos como el
IVA, que gravan a los pobres mucho más que a los pudientes. La cúpula de la
pirámide social aporta impuestos por la mitad de lo que haría en Brasil o
México. Los maestros ganan sueldos de indigencia, los Hospitales se encuentran
desprovistos de lo más elemental, pero en la Argentina el Estado capta menos del
veinticinco por ciento del PBI y el gobierno se compromete ante el FMI a no
aumentar esa alícuota.

Históricamente, el mercado exterior de los productos argentinos es marginal
(ocho por ciento), y con el boom de la soja, con toda la furia, araña el trece
por ciento del PBI. El único mercado significativo, real, de los productos
argentinos está constituido por los propios ciudadanos. Con los salarios por el
piso y millones de personas al margen del mercado, ¿quién diablos va a comprar
masivamente? ¿cómo va a haber reactivación sin demanda efectiva? Las
estadísticas ya lo están mostrando: el mercado interno es débil y las
inversiones también, porque nadie arriesga a elevar su capacidad de producción
sin tener la seguridad de poder vender (“realizar”) lo producido.

Esta situación de la economía argentina, esta conducta del ejecutivo, no tiene
mucho que ver con la que lleva adelante Chávez en Venezuela, por lo que cabe
atribuir el jolgorio por su triunfo a una afinidad de orden más bien político.
No cabe duda que la cooperación internacional entre nuestros países, e incluso
con Uruguay y Brasil, constituye un programa enjundioso. Ellos nos venden
fueloil, nosotros a ellos comida y probablemente más adelante, buques
petroleros. Pero la política exterior es una parte menor de la estrategia de un
gobierno.

En la Argentina no hay ley del aborto ni educación sexual en las escuelas porque
la cavernaria Iglesia está en contra. Mientras, las mujeres siguen muriendo por
decenas de miles anualmente debido a abortos clandestinos. No hay producción
pública de medicamentos porque el Ministro Ginés González García ha impuesto un
Plan Nacional de Salud dirigido a subvencionar a los prestadores privados. Las
oligarquías oscurantistas de provincias, los intendentes del aparato duhaldista
en Buenos Aires, se reparten los girones de un Estado que nadie atina a
reformar. Además de festejar el triunfo de Chávez, no estaría mal copiar algunas
de sus iniciativas públicas por estos lares del Sur.

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