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La simultaneidad y regionalidad

La simultaneidad y regionalidad La simultaneidad y regionalidad

..rasgos del proceso de cambios que vive América Latina, escribe Alexis Ponce,
vocero nacional de la Asamblea Permanente de Derechos Humanos, APDH del Ecuador.
‘A los andes nos ha tocado el reverso de la medalla: en el Océano Pacífico
están los principales bastiones de la resistencia del modelo al bloque que pugna
por nacer: la Colombia de Uribe, el Ecuador de Gutiérrez y el Perú de Toledo,
intentan tener un rol distante que, afortunadamente, no puede resistir por mucho
tiempo’, asegura.

27.11.2004 [Alexis Ponce/APDH/Ecuador] Casi todo, en las mismas fechas:

En Uruguay, ganó holgadamente Tabaré Vásquez en la primera vuelta la
presidencia de la República, en tanto su partido -el Frente Amplio- tendrá una
mayoría legislativa holgada, con un Ejecutivo de nuevo tipo gobernando en todo
el país.

En Venezuela, las fuerzas bolivarianas arrasaron en 20 de los 22 estados que
integran este inmenso país, durante las elecciones de gobernadores y alcaldes,
incluyendo la estratégica alcaldía de Caracas.

En Brasil, el PT mantuvo la mayoría del voto popular en las elecciones
regionales, aunque perdió Sao Paulo y Porto Alegre.

En Nicaragua, el FSLN barrió, literalmente, a los viejos y corruptos partidos de
la era pos-sandinista en las elecciones departamentales y coloreó masivamente,
con la bandera roji-negra, el mapa del pequeño país centroamericano.

Quizás porque “no se vería bien” que las “nuevas o viejas
izquierdas” y los nacionalismos progresistas jalonen tanto voto popular a
la vez en América Latina, una perspectiva regional de información y análisis de
estos recientes triunfos, fue ex-profesamente minimizada o no asumida por todos
los mass media de América Latina.

Quizás se deba a que, todavía, ni siquiera caen en cuenta de lo que pasa en la
nueva realidad del continente.

Veamos…

Tenemos por vez primera en América Latina un poderoso “bloque regional de
poder”, como lo define Heinz Dieterich, que a mi modo de ver es emergente
y pugna por nacer, y que -sin duda alguna- es de nuevo tipo:

Gobiernos progresistas simultáneos, disímiles pero concordantes entre sí, se
ejercen en Brasil, Venezuela, Argentina, Uruguay, Panamá y Cuba. En tanto que,
de sur a norte, crece la actoría política y la movilización constante de los
movimientos sociales en casi todos los países.

Experiencias así, en solitario, como las que hoy conmueven al Uruguay,
Argentina, Brasil o Venezuela, eran sencillamente impensables en los sesenta (la
era de las invasiones y las tiranías tropicales), los setenta (la muerte de
Allende y la era de las dictaduras sangrientas), los ochenta (el cerco a la
pequeña y digna Nicaragua y la era de Reagan), y los noventa (el “fin de
la historia” a escala planetaria).

Son, hasta el momento, seis experiencias gubernamentales, distintas, sí, pero de
matrices similares y rasgos comunes: independencia nacional, soberanía,
integración latinoamericana, búsqueda de un modelo post-neoliberal y
participación social como eje político hacia una democracia participativa de
nuevo cuño. Y, a la vez, tenemos una sólida presencia de movimientos sociales
con capacidad de convocatoria y movilización en casi todo el continente, en
medio de una crisis apabullante del modelo que no consigue estabilizarse en casi
ningún país de la región, y la ruptura estratégica de su expresión política
tradicional: la ‘democracia’ formal.

La batalla por la “Patria Grande” en el siglo XIX:

Esa simultaneidad en un proceso de cambios, América Latina sólo la pudo
observar en el pasado, una vez: a inicios del siglo XIX, cuando se gestaba la
independencia continental, abriéndose paso región por región (los Andes, el Sur,
Centroamérica y el Caribe); mientras los ejércitos de Bolívar, Artigas, San
Martín, Sucre, Hidalgo, Petión, Morazán y otros, pactaban y ejecutaban una
estrategia común: la derrota política y militar del colonialismo español, por un
lado; y, por otro, el nacimiento de la Patria Grande como expresión de
“nuevo continente, nueva humanidad”, utopía trunca desde 1830 hasta
la actualidad, en que emergen nuevos elementos de transformación continental, en
un escenario
mundial que -paradójicamente- es unipolar, es decir, presuntamente adverso.

La simultaneidad de un proceso de cambio, como anota Dieterich, sólo fue posible
en América Latina entre la década de 1811, en que se inician las guerras de
independencia -mancomunadamente- en todos los países dominados por España, hasta
1824, en que se sella la expulsión definitiva del Ejército del Rey, de casi todo
nuestro continente.

Ayacucho, como refiere el Congreso Bolivariano de los Pueblos, marca el fin
militar del imperio ibérico en Nuestra América y evidencia –de manera
abierta- la simultaneidad y participación activa, en una misma estrategia
continental, y en una misma batalla original, de los ejércitos liberadores, cuya
mayor asimetría era la visión del tipo de régimen que debería tener la naciente
patria grande.

Nuevo escenario, nueva estrategia: la “Patria Grande” en el siglo
XXI

Hoy, una nueva simultaneidad regional aparece en escena: Ya no es la década de
los sesenta, con la heroica pero derrotada experiencia del foco guerrillero en
casi todos los países de América, aunque Cuba mantuviera estoicamente la
experiencia de “socialismo en un solo país”.

No es la década de los setenta, con una sola nación (Chile) sobrellevando
trágicamente la soledad del “socialismo en elecciones”.

No es la década de los ochenta, en que procesos armados insurreccionales se
desencadenan en casi toda Centroamérica, con enorme heroísmo sí, pero en
medio de una bipolaridad que, por encima de la voluntad de los pueblos de estos
pequeños países, empieza a resquebrajarse en el mundo, ruptura en la cual la
región centroamericana, desafortunadamente, no tenía el “peso”
geopolítico y geoestratégico para su propia supervivencia y para marcar la senda
de otros procesos, más complejos, en el resto del continente. Tampoco es la
década de los noventa, cuando la homogenización de las democracias neoliberales
imperaba, monolíticamente, en el horizonte de América Latina.

Es la primera década del siglo XXI y en América Latina muchas fuerzas de cambio,
nuevas y antiguas, pugnan desde el ejercicio social y electoral,
el poder político en la zona y marcan “Nuestra Nueva Era” a través
de una movilización constante, dinamizando así procesos gubernamentales de nuevo
tipo y dando en el planeta la primera campanada de alerta: es en América Latina,
durante los últimos años del XX y los primeros años de este nuevo siglo, que se
empieza a alterar el mapa político y social del neoliberalismo y sus
“democracias de baja intensidad”: las insurrecciones indígenas,
desde Chiapas a Bolivia, los estallidos sociales de Argentina, Ecuador y
Paraguay, empiezan a vislumbrar esta nueva situación que hoy evidencian Chávez,
Lula, Kirchner, Torrijos y Tabaré. Situación en la que juegan y jugarán un papel
estratégico los movimientos alter-mundistas de Europa, Asia, África y EEUU.

Esta nueva situación, para convertirse en real “Bloque continental de
poder”, requiere de un elemento nodal: Quebrar la hegemonía estadounidense
de dos siglos y, de paso, la Dictadura Unipolar de una década. Ese es, nada más
y nada menos, el reto que se impone con el “nacimiento” de este
emergente bloque de gobiernos progresistas y de movimientos sociales a lo largo
y ancho de Nuestra América, donde las agendas tienden a superponerse y
acelerarse, y en el que sin pueblos poco podrán lograr los gobiernos, por más
voluntad política que tengan y liderazgos estratégicos que asuman.

Ese también es el peso de cuatro décadas de búsqueda y reencuentro, que
sobrellevan estos nuevos triunfos. De allí el “silencio” de la Casa
Blanca, cuyos principales halcones acaban de sumar a Tabaré a la
‘académica’ visión del imperio: es decir, a la “lista de los
populismos radicales” en la región (ver: editorial de Diario La Nación de
Argentina: “Temor al populismo en EEUU”).

Atlántico vs. Pacífico:

El desafío de este proceso está, precisamente, en la simultaneidad regional de
la emancipación: desde el Sur soplan nuevos vientos para toda América y, por
curioso azar, la correlación de fuerzas empieza a concentrar fuerzas y a
desplazarse desde el Atlántico: Uruguay, Argentina, el gigante Brasil, la
poderosa quinta economía petrolera del mundo –Venezuela-, e incluso la
“callada” Panamá, comparten aguas de este “océano
geopolítico”, donde finalmente calza Cuba, en las aguas del Mar Caribe.

Por azar, a los andes nos ha tocado el reverso de la medalla: en el Océano
Pacífico están los principales bastiones de la resistencia del modelo al bloque
que pugna por nacer: la Colombia de Uribe, el Ecuador de Gutiérrez y el Perú de
Toledo, intentan tener un rol distante que, afortunadamente, no puede resistir
por mucho tiempo, pues el peso geopolítico de estos tres países no permite
asegurarles cantar victoria ante un Sur cada vez más vigoroso. La “teoría
del dominó” es, como nunca, una tesis geopolítica acertada: si cae uno de
ellos, pongamos por caso Gutiérrez, ese “bloque retrógrado” sucumbe,
o tiene que sumarse a la Unión del Sur.

El primero, Uribe, empezó a disminuir los hasta ayer “unánimes”
apoyos de cara a su probable reelección, y acaba de beberse un reciente trago
inédito: la primera marcha indígena masiva (80 mil personas) contra su
estrategia bélica y su mandato, en tanto que la Alcaldía de Bogotá y otras
ciudades, por vez primera en la historia de Colombia, la ganaron fuerzas de
izquierda. El segundo, Gutiérrez, acaba de ser “barrido” en las
elecciones seccionales, convirtiéndose éstas en un “revocatorio de
hecho” que pronto tendría desenlace “formal”. El tercero,
Toledo, mantiene un margen de simpatías que en tres años jamás logra sumar más
del 5%.

Y, finalmente, en términos geo-económicos, Chile, también en el Pacífico, se
apresta a jugar en dos canchas: entre ser el país “modelo” del
neoliberalismo “exitoso”, o sucumbir a la Unidad del Sur. Su papel
será contundente, desde el punto de vista táctico, más no estratégico:

-impedir la unidad sudamericana en ciernes, someter a Bolivia a un
conflicto que amenace la integración, pero -por si acaso- sumarse al
bloque progresista de naciones si su aislamiento amenaza su visibilidad
internacional ante la Unión Europea o los gigantes asiáticos.

La primera en dar cuenta de este “caprichoso azar geográfico” del
poder, fue Gloria Gaitán, la hija del líder colombiano Jorge Eliécer Gaitán. En
una conversación con el autor de este texto, hizo referencia, dos años atrás, a
la curiosa ubicación marítima de los bloques de poder en Sudamérica: el bloque
retrógrado en el Pacífico, con Uribe, Gutiérrez y Toledo; y el bloque emergente
en el Atlántico, con Brasil, Argentina, Venezuela y Cuba. Ahora se suman Panamá
y Uruguay.

Y es que ya no se trata de agrupaciones guerrilleras que alteran las fronteras
nacionales en los sesenta; ya no es la Unidad Popular solitaria en Chile; ya no
es Centroamérica incendiada pero atenazada, y con un gobierno sandinista acosado
por la principal potencia mundial.

Éste, es un proceso simultáneo que tiene a Sudamérica como escenario del cambio
y a las principales potencias de la región (por su peso geopolítico, su
extensión territorial, su densidad poblacional, sus recursos naturales y
energéticos, su cultura política y la experiencia de sus pueblos), como el
“Centro de Gravedad Estratégico” que, más temprano que tarde,
intentará “absorber” al bloque progresista a la Bolivia del dudoso
Meza, o a la probable nueva Bolivia del MAS, al Paraguay de Duarte, al Ecuador
pos-Lucio Gutiérrez, al Chile de Lagos y a la Centroamérica del hasta hoy
“callado” Torrijos en Panamá, del FSLN en Nicaragua y del pueblo
movilizado en Costa Rica.

Por supuesto, hay asimetrías inconclusas, incertidumbres objetivas y nubarrones
de presagios que nos obligan a mantener ponderación en el futuro de esa
simultaneidad regional. Si los gobiernos progresistas de América Latina,
definidos como “el nuevo eje del mal” por el diario conservador
“La Prensa” de Nicaragua, no adelantan cambios sociales internos
inaplazables y transformaciones democráticas en la economía, la política y la
sociedad, el bloque regional emergente se hará trizas. Con que uno caiga, como
predice Dieterich, caerían los demás, inevitablemente.

La gringa teoría del dominó, pero al revés, hará lo suyo. Y, de paso, se habrá
perdido una oportunidad histórica que, muy difícilmente, podrá presentarse en
los siguientes treinta años. De allí que el papel de los movimientos sociales
sea estratégico hoy: no esperar a que fracasen sus propios procesos y los
procesos gubernamentales progresistas, radicalizar los fenómenos que se abren en
el continente y profundizar los cambios, acompañándolos y no mirándolos desde
una postura distante, típica de ONG’s asépticas y no de pueblos
politizados, pues esa fisura entre gobiernos progresistas y movimientos
sociales, aplaude y aplaudirá la Casa Blanca como “una ventana de
oportunidad” en el quinquenio.

Sin embargo, es tal la magnitud del desafío que presenta la emergencia de este
bloque regional de poder (porque esta simultaneidad regional y no otra
experiencia concreta americana, es la mayor amenaza a la dictadura unipolar de
Washington en el “patio trasero”), que hacía pocos días, en no muy
publicitada noticia, el Subsecretario de Estado Adjunto para Asuntos
Hemisféricos del Departamento de Estado de los EEUU, Dan Fisk, anunció que
agilitaría un viaje a Managua y Centroamérica para mantener conversaciones
“con las fuerzas democráticas y liberales del país y el continente”,
todo ello tras un fin, que son dos, realmente:

1) Cómo impedir el retorno de los sandinistas al gobierno en Nicaragua en el
2006, a través de la unión de la derecha nicaragüense que, en estas últimas
elecciones, participó fragmentada, como la venezolana en su momento; y,

2) Cómo organizar estrategias que permitan “defender la
democracia” de
“los nuevos riesgos” que presuntamente traen para ella los repetidos
y tumultuosos triunfos de las izquierdas en América Latina.

El imperio, más sabio que los intelectuales críticos, tiene conciencia de clase.
Por ello no pierde tiempo en calificar y conceptuar cada uno de los complejos
procesos que vive América Latina desde ópticas “mamertas” como en
Colombia tipifican al dogmatismo de izquierdas.

Simplemente desestabiliza cada uno de esos procesos, los subvierte, los
fractura, los disgrega, los intenta destruir.

¿Y el Ecuador?...

Depende de nosotros el desenlace estratégico. Los desenlaces, en el nuevo
escenario continental, ya no sólo dependen de la fatalidad triangular, es decir
de la poderosa embajada, de la cúpula de la iglesia católica y de unas FFAA que,
en el caso ecuatoriano, no tienen norte. La tríada no es invencible. Así
sucedió, con bemoles y todo, en el Ecuador de 1997 y del 2000, en la Argentina
del 2001, en la Bolivia del 2003, en la salida costarricense de la OEA en el
2004.

El desbalance táctico (pues el desenlace pos-Gutiérrez está bajo el hegemónico
control de la partidocracia), puede convertirse en una opción estratégica si las
fuerzas políticas de izquierda y centro-izquierda, los grupos nacionalistas y
traicionados de las FFAA, la sociedad civil progresista y -sobre todo- los
movimientos sociales e indígenas, rompen con el “fatalismo” de
creerse “auxiliares” de todo desenlace. Si en el acelerado proceso
que viven Ecuador y América Latina, se someten a una “cirugía
rápida” de su miopía crónica y miran, por fin, el horizonte continental e
insertan en su agenda, la unidad del país al poderoso bloque emergente que ha
nacido en América Latina.

Empero, tenemos una certeza: con Gutiérrez, es simplemente imposible que el
Ecuador sea parte de ese naciente bloque de unión sudamericana. Acaba de
declarar que “tal vez” no viajará a la cumbre de Río, donde
–como bien sabe la Casa Blanca- el brioso Sur intentará acortar los plazos
para el nacimiento formal de la Unión Sudamericana, programada para el 9 de
diciembre en Ayacucho (Perú) por Duhalde en sus visitas relámpago, tan poco
publicitadas por los mass media y los partidos políticos tradicionales.

¿Estamos a la altura de la actual hora americana, o nos dedicamos a seguir
adivinando si es “mejor” que Lucio Gutiérrez se quede en el cargo,
que León Febres Cordero, “el Padrino” de la Derecha ecuatorial
imponga su salida, que el Vicepresidente asuma la presidencia sin ton ni son,
que el Congreso nacional lo decida todo, que esperemos el 2006 para unificar una
tendencia que, unida, barrería con los restos de la vieja república ecuatoriana
fundada en 1830?

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