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La última frase del Che, a las dos y cuarto del 9 de octubre de 1967, fue contada por su ejecutor

La última frase del Che, a las dos y cuarto del 9 de octubre de 1967, fue contada por su ejecutor La última frase del Che, a las dos y cuarto del 9 de octubre de 1967, fue contada por su ejecutor. Lo habían apresado vivo un día antes. La orden fue acribillarlo sin desfigurarlo. Agentes de la CIA participaron del operativo.

Póngase sereno y apunte bien!
¡Va usted a matar a un hombre!"

Desde el piso mugriento del aula de una escuela de La Higuera, cerca de la Quebrada del Yuro, en plena selva boliviana, Ernesto Guevara supo que había llegado su hora. Miró de una manera tan especial a quien, sabía, iba a asesinarlo, un sargento del ejército de ese país llamado Mario Terán, que el militar recordaría: "En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se me echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo."

Cuando escuchó que la propia voz del condenado le aconsejaba cómo cumplir con la orden de matarlo, Terán perdió su escasa compostura. "Di un paso atrás hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che, con las piernas destrozadas, cayó al suelo, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y en el corazón. Ya estaba muerto."

Eran las dos y cuarto de la tarde del lunes 9 de octubre de 1967. Ernesto Guevara había sido asesinado junto a su ilusión de trasladar al resto de América latina, en especial a la Argentina, la experiencia de la revolución socialista cubana.

Fuera de las cuatro paredes del aula de escuela de La Higuera, los oficiales que no se habían animado a matar a Guevara esperaban ahora poder alzarse con el cadáver para llevarlo como trofeo de guerra al general Alfredo Ovando Candia, comandante en jefe del ejército y luego presidente de Bolivia. Ovando estaba en Vallegrande, a unos kilómetros al norte de La Higuera, y ardía en deseos de mostrar el cuerpo del Che a la prensa internacional.

La historia oficial aseguraba que Guevara había sido muerto el día anterior, 8 de octubre, en un enfrentamiento con las tropas regulares. Era una mentira sostenida desde el palacio de gobierno de La Paz por su entonces titular, el general René Barrientos, quien decidió que Guevara debía morir no bien supo de su captura y lo dio por muerto en un tiroteo con el ejército. En realidad, y Barrientos lo sabía, Guevara estaba vivo, herido en una pierna.

La mentira se sostuvo durante algunos años y se convirtió luego en leyenda. También en error histórico. Cada vez que se recuerda la muerte de Guevara un 8 de octubre se avala la historia oficial inventada por quienes lo asesinaron un día después.

Esos últimos minutos de la vida del Che fueron reconstruidos años más tarde, cuando el ex ministro de Gobierno Antonio Arguedas huyó de Bolivia con fotocopias del Diario del Che y contó cuanto sabía a la agencia cubana Prensa Latina.

Las últimas horas de la vida de Guevara pudieron ser reconstruidas por otros testimonios igualmente valiosos. Entre los oficiales del ejército boliviano que en La Higuera esperaban que se enfriara el trofeo de guerra había uno que no era ni capitán ni miembro del ejército ni boliviano.

Vestía uniforme y grado de capitán, pero era un mercenario cubano de 26 años, reclutado por la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA), Félix Rodríguez Mendigutia, que se hacía llamar Félix Ramos.

A principios de los años 70, Rodríguez fue instructor del Ejército Argentino convocado por el entonces general Tomás Sánchez de Bustamante, que lo había conocido en Vietnam. En los años 80, Rodríguez fue uno de los agentes operativos de la CIA que instruyeron al ejército salvadoreño que luchaba contra el izquierdista Frente Farabundo Martí. Estuvo ligado al coronel estadounidense Oliver North en el escándalo Irán-Contras, por el que Estados Unidos proveyó de armas a Irán y financió a la guerrilla opositora en Nicaragua. Fiel a North, Rodríguez es hoy un ejecutivo de la agencia de seguridad Trident, con filial en la Argentina.

Nota Mario Lopez : Ademas Rodriguez fue uno de los asesinos entrenados por Ted Shackley para asesinar a Fidel Castro en la Operacion 40 asesinos para una llave sin nombre, los mismos que fueron usados para asesinar a Kennedy. Posteriormente fue enviado a Vietnam como miembro de la Operacion Phoenix que fue la antesala del Oparativo Condor en Sudamerica. Como parte de la CIA tomo parte en el nacotrafico de Heroina desde Laos junto a los agentes CIA Ted Shackley y Dick Armitage , el actual secretario de estadode Bush

Según describió en sus memorias, Rodríguez intentó salvar la vida de Guevara. Pidió por él al coronel Joaquín Zenteno Anaya, jefe de la VIII División del ejército que había cercado a los guerrilleros. Según Rodríguez, Zenteno Anaya le dijo que sus órdenes eran matar al Che y que fueron inútiles sus esfuerzos por convencer a los militares bolivianos de que Guevara era más importante vivo que muerto. El hombre de la CIA fue entonces a ver a Guevara, a quien sabía con los minutos contados, para hablar con él. Como respuesta recibió una ráfaga de odio: "A mí nadie me interroga", le dijo el argentino. Al igual que el sargento Terán, Rodríguez no pudo evitar sentirse impactado por la personalidad de Guevara que, aun en la derrota, parecía irradiar una extraña fuerza: "Comandante —le dijo adjudicándole grado militar— no vine a interrogarlo. Nuestros ideales son diferentes. Pero yo lo admiro. Usted fue ministro en Cuba. Ahora, mírese: está como está por creer en sus ideales." La conversación siguió unos minutos, Rodríguez se hizo tomar una foto junto a Guevara, herido pero de pie, y el Che dio otra muestra de lucidez: "Usted no es cubano", le dijo a Rodríguez. "No, no lo soy. ¿De dónde cree que soy?", quiso saber el mercenario. La respuesta de Guevara lo sorprendió: "Puede ser de Puerto Rico. O cubano. Pero quien quiera que sea, por las cosas que quiere saber creo que usted trabaja para la agencia de inteligencia de los Estados Unidos."

El ex agente de la CIA narra en sus memorias que le reveló a Guevara que iban a asesinarlo. "Comandante, le dije, he hecho todo lo posible en lo que estaba a mi alcance, pero las órdenes vienen del Comando Supremo boliviano. Entendió inmediatamente. Su expresión mostró que había perdido toda esperanza de sobrevivir. No movió un músculo, pero su cara se puso blanca como un papel. Me miró, su rostro era sereno, y dijo 'Es mejor así. Jamás debí haber sido capturado vivo.'"

Pero el día anterior otro había sido el pensamiento del guerrillero: "Soy el Che Guevara y valgo más vivo que muerto", había gritado a sus captores después de recibir un balazo en la parte posterior de la pierna derecha, entre la rodilla y el tobillo.

El papel que se adjudica Rodríguez en sus memorias ha sido cuestionado. Rodríguez dijo haber instruido a Terán para que baleara al Che sin desfigurarlo, dado que iba a ser mostrado a la prensa, y sin olvidar que se suponía que había muerto en un enfrentamiento. Pero un ex funcionario del servicio exterior de los Estados Unidos, Henry Butterfield Ryan, escribió un libro sobre la caída de Guevara en el que asegura: "Es difícil imaginar cómo la agencia pensaba que Rodríguez podía hacer algo así (mantener con vida a Guevara). Si bien tuvo participación en el esfuerzo por localizar a los guerrilleros, Rodríguez nunca fue un funcionario influyente de los Estados Unidos. De hecho, los agentes claves de la CIA en Bolivia negaron que Washington haya dado orden alguna de salvar la vida de Guevara, incluso cuando había funcionarios en Washington y en la embajada americana en La Paz que sabían la noche antes de su muerte que Guevara había sido capturado."

Tal vez la única persona en Bolivia capaz de salvar a Guevara de su muerte anunciada haya sido el entonces embajador de los Estados Unidos, Douglas Henderson, que al contrario que cualquier otro funcionario americano en ese país podía hablar oficialmente en representación del presidente de su país, el demócrata Lyndon Baines Johnson. Pero Henderson siempre dijo que no supo de la captura de Guevara hasta después de su asesinato.

El gobierno argentino, entonces en manos del dictador Juan Carlos Onganía, colaboró velozmente en la identificación de Guevara. La documentación, entre la que se contaban las fichas dactiloscópicas del argentino, fue enviada a Washington por el entonces canciller, Nicanor Costa Méndez, y recibida y entregada a las autoridades americanas y bolivianas de Washington por el embajador argentino, Alvaro Alsogaray. La Policía Federal envió a Vallegrande a tres oficiales: Juan Delgado, Nicolás Pellicari y Esteban Rolzhauser, que certificaron, por las huellas digitales, que la persona asesinada el 9 de octubre por el sargento Terán era el Che.

Su cadáver permaneció oculto (se dijo que había sido cremado) hasta que los restos fueron hallados en 1997 enterrados a un costado de la pista de aterrizaje de Vallegrande, y enviados a Cuba."

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